La campaña electoral entrerriana: entre lo viejo y lo nuevo

El politólogo Eduardo Medina analiza un escenario en el que buena parte del electorado vota “la oferta contraria al candidato que no quieren”. Asesores que no conocen el tablero de la política entrerriana. Y una hipótesis: El hablar siempre de lo mismo o el hablar sin contenido, no es un acting creíble ni agradable.

Por Eduardo Medina (*)

Las elecciones de 2019, las de 2021 y las que actualmente se llevan a cabo en distintos distritos del país nos muestran los vaivenes con los que se mueve el electorado. Estamos frente a un núcleo cada vez más reducido de votantes ideologizados y a un espectro cada vez más amplio de personas que votan de acuerdo con sus impresiones auditivas y visuales, sentimientos encontrados y a su placer, bronca, fastidio o indignación. El votante fabrica su intención de acuerdo con aquel actor que le disgusta, al que negativiza, fruto de una multicausalidad de elementos (redes sociales, TV, comentarios en la calle, charlas familiares). La alquimia que allí se juega es de difícil comprensión y los estrategas solo trabajan sobre el efecto ya producido, con un elector “convencido”.

Es decir, que tenemos un grueso de ciudadanos que no votan a un partido ni a un candidato, sino a la oferta contraria del candidato al que no quieren. Por otro lado, los indecisos escasean, porque la ciudadanía consume todo el tiempo información política, que no es analítica, abierta a ser interpretada, sino que esta juzgada, cerrada, sentenciada, que ya tiene una interpretación, con la virtud de poder amoldarse a quien está dispuesto a escucharla o verla.

Relativamente, ha pasado la época de “acarrear votos” fruto del aparato y también ha pasado el momento en el que un solo actor concentraba un abanico permanente de votos (con excepción de grandes casos nacionales como pueden ser Cristina Fernández, Mauricio Macri, Patricia Bullrich o Javier Milei ahora).

Todo este fenómeno no es nuevo, viene in crescendo desde hace al menos una década. La novedad es que ahora lo estamos viviendo muy de cerca en ciudades y pueblos del interior del país, donde, hasta hace poco, las campañas electorales se realizaban exclusivamente de modo tradicional. Cuelgue de pasacalles, recorridas por los barrios, entrevistas encorsetadas en programas de radio y televisión locales y alguna que otra incursión sofisticada en redes sociales, más preocupada en la estética visual que en la llegada al votante que se busca.

Los “asesores de campaña”, que generalmente arriban desde Buenos Aires, Rosario o Córdoba, con más pretensiones de facturar muchos ceros antes que preocuparse por la efectividad en el proceso electoral, naufragan en un mar de dudas frente a nuestros conspicuos votantes. Los manuales y listas de tips con consejos para estos asesores no contemplan la división entre el campo y la ciudad, las extensiones de territorio, una pobreza distinta a la de las grandes urbes y unos canales de comunicación menguados, discontinuos y fuertemente estereotipados.

Una entrevista radial a un candidato de la ciudad tiene la misma forma o estética auditiva que hace veinte o treinta años. Pero lo más interesante es que el candidato responde con los mismos modos y las mismas expresiones que se respondían hace décadas. Cuando esas entrevistas terminan, el oyente continúa con su gps, compra un producto del super con la notebook o mira a un influencer cocinar por Youtube. La radio local es muy escuchada y ejerce demasiada influencia en las ciudades y pueblos de Entre Ríos. Los conductores de esos programas radiales juegan un papel determinante, sus expresiones serias o mordaces inclinan balanzas, a veces por convicciones, a veces por acuerdos económicos con instituciones o referentes locales.

La matriz para pensar el electorado posee más entrecruzamientos en estos lugares que en las ciudades más habitadas. El votante debe ser individualizado y la propuesta especificada. Que esa propuesta le llegue es otro cantar, más peliagudo y costoso. Como vemos, aquí conviven lo viejo con lo nuevo, por lo tanto, todo el tiempo hay que bajar un cambio y reajustar los engranajes para llegar a donde se quiere llegar.

La baja participación el día de las elecciones, el voto en blanco o la renuencia a contestar encuestas son fenómenos coyunturales que guardan familiaridad entre sí y que merecen atención desde 2021 a esta parte, con una importante cantidad de elecciones ya realizadas en el país en el presente año. Hablamos de hasta un veinte por ciento de un electorado o de encuestados. Son una variable que forma parte del factor sorpresa y al que muchos estrategas de campaña confunden con “indecisión”. ¿Por qué ese elector no va el domingo? ¿Por qué votó en blanco siendo que hay una oferta que recorre todo el andarivel ideológico? ¿Por qué se mantiene constante un amplio margen de personas que no quieren contestar las encuestas?

Podemos arriesgar una hipótesis. Muchos posibles votantes ven la política, los actores, las propuestas, la campaña, como una serie que alguien mira con desgano, solo para pasar el tiempo. No los motiva la imagen ni el discurso, ni siquiera ser interrogados por sus ideas o pensamientos. No hay mito, no hay épica, no hay futuro. Para estos ciudadanos, la escena política está en 2D, el sonido del discurso es monoaural, mientras que las inclemencias de la vida sí se sienten en carne propia. El coucheo, el hablar siempre de lo mismo o el hablar sin contenido, no es un acting creíble ni agradable. La tecnificación sin filosofía es una falta de respeto que el ciudadano siente como una traición. Por eso el voto cruzado al referente que no quieren, o bien ni siquiera trasladarse para meter el sobre en la urna.

Hasta hace unos meses atrás, el aroma a derrota estrepitosa se percibía dentro del peronismo, tanto a nivel nacional como provincial, fruto de los traspiés económicos del gobierno de Alberto Fernández. En las últimas semanas eso cambió. El aroma no está y muchos dirigentes se han lanzado a cierto triunfalismo, al optimismo de la voluntad, porque no encuentran comentarios negativos, porque el runrún de pasillo no les llega cargado de reclamos, etc. Lo cierto es que hay una considerable masa de ciudadanos que silenciosamente parece esperar su momento para expresarse.

En el territorio entrerriano se sabía que el peronismo se sentía fuertemente amenazado, por lo que el sentido común indicaba que su unidad, a pesar la atomización evidente, era la única forma de acercarse a un escenario victorioso. Finalmente, el peronismo se unió y, amén de los resquemores y heridos en el camino, la designación de Bahl se tradujo en un encolumnamiento acompasado y generalizado. No es triunfo, solo posibilidad.

El armado de listas en nuestra provincia alternó, como siempre, entre representar distintos espacios simbólicos y distritales, pagar favores del pasado, prever alianzas futuras, consolidar el poder de la tropa propia y colar, siempre que se pueda, algún familiar o amigo. La conformación de las listas es una muestra de templanza y equilibrio de parte de quienes se disponen a liderar. En Entre Ríos hay actores que guardan buena imagen pública, pero no despuntan en acumulación de poder, por lo que pudimos ver variedad e inclusión de muchas vertientes. La militancia de base y los actores en ascenso que quedaron fuera no expresaron demasiadas quejas, quizás sabiendo que la administración pública está complicada y se avecinan problemas de difícil solución.

Por otro lado, la decisión de Bordet de complicar el terreno opositor con la unificación de las elecciones dio sus frutos. Juntos por el Cambio tuvo un sábado de cierre agitado y el radicalismo, que saborea una victoria que no le es propia, pero que pretende disfrutar de todos modos, quedó en una situación incómoda, en donde técnicamente no disputará la gobernación, ni se hará de muchos cargos en caso de victoria y, para colmo, tendrá que aplaudir la derrota lastimosa de uno de sus referentes más apreciados, Galimberti (si es que, por las presiones, no da de baja su lista antes de tiempo).

El “trasvasamiento generacional”, parece difícil, complicado, pero asoma en ciertos lugares. En Paraná, Gainza, Mathieu o Varisco ponen primera y ofrecen una bocanada aire fresco, además de un ensayo a escala local de las tres ideologías predominantes en la escena nacional, PRO, PJ y UCR. Expresan tres posiciones distintas, es verdad, pero en sus rostros hay un denominador común: recambio. Algunas de estas propuestas jóvenes se enfrentan en Entre Ríos a aparatos poderosos, con mucho dinero, contactos e influencias, a veces violentos, pero el camino ya está abierto y si la tarea era incomodar o remover el avispero, el fin está cumplido.

En esa línea, hay dos gestos que faltan en la política entrerriana, pero que abundan en otros lugares, por lo que no hablamos de nada irrealizable: dar un paso al costado cuando se ha cumplido un ciclo y ser generosos para alcanzar consensos necesarios. La actual camada de dirigentes establecidos mayoritariamente incurre en ambos deslices y hasta sienten cierto orgullo de hacerlo. Lo que en realidad falta es visión de conjunto y algo más, quizás lo primordial, liderazgos humildes, abiertos, plurales. Se hace imprescindible la formación de cuadros que de aquí a diez o veinte años puedan revertir esta negativa tendencia.

Las victorias en las urnas muchas veces transforman la suerte y hasta los errores en capital político. La inercia favorable de una coyuntura evita en muchos casos el estudio y el análisis razonado del mapa social. De este velado proceso se compone gran parte de nuestro actual presente electoral.

(*) Politólogo. FTS-UNER

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