
Se trata de la apuesta del Teatro Nacional Cervantes por la federalización. A través del programa “TNC Produce en el País” se canaliza la impronta creativa de cada región. En este caso, la iniciativa se plasmó en la obra escrita y dirigida por Luigi Serradori, que aborda la historia de la violencia política en Argentina. «Nos tenemos que mirar más a nosotros mismos», plantea el director.
Una de las grandes cuentas pendientes en materia cultural suele ser la federalización: nunca es suficiente y las políticas de Estado por lo general están enfocadas en el AMBA. Sin embargo, hace más de una década el Teatro Nacional Cervantes lleva adelante un programa que bajo distintos nombres y con diversos mecanismos fomenta la creación teatral a lo largo y ancho del territorio. “TNC Produce en el País” es una nueva etapa del “Cervantes federal” que ya lleva 16 años de ejecución: a través de esta iniciativa el teatro nacional se vincula con organismos e instituciones provinciales y municipales para coproducir el montaje de piezas que tengan el espíritu y la impronta creativa de cada región. En 2022 se presentaron a la convocatoria 109 proyectos; los seleccionados para ser producidos en la temporada 2023 fueron siete. Uno de ellos es Otilia Buenaventura, texto escrito y dirigido por Luigi Serradori y protagonizado por Sebastián Cardozo junto a Paloma Serradori Schwaderer que tuvo su estreno este sábado en la Casa del Bicentenario de Monte Caseros (Corrientes).
Este año el calendario federal comenzó en mayo con el estreno del proyecto de Astrid Urban (Santa Rosa, La Pampa), De quién es el mar, y en junio continuó con Mientras los filósofos duermen, un cuento utópico inspirado en La cueva caliente, de Raúl González Tuñón, a cargo de Paco Giménez (Ciudad de Córdoba). En agosto será el turno de Hedda Gabler, una versión libre de la pieza de Ibsen a cargo de Edgardo Dib (Ciudad de Santa Fe); en septiembre se estrenará Los establos de su majestad, de Víctor Arrojo (Las Heras, Mendoza); en octubre Los lugares cambian, de Rodolfo Pacheco (San Salvador de Jujuy) y en noviembre Deus ex machina, de Ezequiel Almeida (Mar Azul, Buenos Aires). Con este recorte ya se puede armar un mapa teatral sumamente diverso en temas, estilos, estéticas y abordajes.
Monte Caseros revolucionado
Falta poco para la función y la fila rodea la Casa del Bicentenario, con capacidad para 257 espectadores. El director va de acá para allá: saluda a la gente conocida y también –hay que decirlo– está un poco nervioso por el estreno y porque su hija interpretará el texto que escribió. Los vecinos se reúnen afuera y cuentan que en Monte Caseros no están acostumbrados a hacer filas muy largas porque son pocos y todo suele ser bastante ágil. Esta vez toca esperar, pero a las diez de la noche la temperatura es agradable, todos llegaron con tiempo y el ingreso a la sala es ordenado. En la puerta, un hombre pide rigurosamente que los espectadores firmen el libro de visitas que descansa sobre una mesita preparada especialmente para la ocasión. Uno de los amigos del director, periodista local, cuenta que recorrió más de cien kilómetros a dedo y el cartel que mostraba en la ruta decía: “Monte Caseros. Voy a ver a Otilia”.
¿Quién es Otilia? Otilia Buenaventura es la protagonista de esta obra, interpretada con gran solidez por Cardozo. La sinopsis la define como una mujer culta, alcohólica, hija de una familia de estancieros, secuestrada y torturada, sobreviviente de la última dictadura, obligada a parir a un hijo que nunca conoció y que ahora la encarna desde el rito teatral. Según Serradori, en ella se condensa un cuerpo social, la historia de la violencia política en Argentina. El autor cuenta que todo empezó cuando su madre (Susana Bernardi, fundadora del grupo teatral Raíces) le dijo: “Luigi, escribime una obra”. La primera versión se titulaba La madre cruda y tenía la forma de un monólogo clásico, pero curiosamente todo empezó a ordenarse con un error: al revisar el texto, el dramaturgo leyó mal una didascalia y le sonó como una voz. Así nació el otro personaje de la obra y cuando apareció esa figura todo se ordenó.
“Otilia es una mujer que puso el cuerpo durante la última dictadura cívico-militar y pagó consecuencias: la violan, la torturan, tiene un hijo y nace esa voz que la interpela”, explica Serradori, quien empezó a tomar notas sueltas al inicio del proceso. Esa forma de escritura se convirtió en la forma de hablar de Otilia. Su texto tiene una fuerte impronta poética y hay una clara búsqueda de la musicalidad de la palabra por influencias como Vicente Zito Lema o su fascinación por los poetas malditos. Serradori asegura que el gran tema de esta obra es la creación: “Por un lado está la creación del texto y Otilia comparte cómo lo escribe; por otro, este hijo que no conoció a su madre y monta esa obra para poder conocer su universo, que es también el del horror de este país”. La escenografía de Daniel Acosta y el vestuario de Laura Piñon dicen mucho sobre el estado de Otilia y ese no lugar en el que se encuentra: los personajes visten pijamas de seda cubiertos por deshabillés blancos y negros; están en un jardín de invierno roto, fantástico y decadente; no se sabe bien si las flores son reales, si lo que ella cuenta es un recuerdo personal o una pesadilla colectiva.
Cuando se le consulta al director sobre la federalización del teatro, opina: “El verdadero espíritu federal tiene que ver con reconocerte en tu lugar, donde elegiste vivir, donde creás y está tu hábitat. No es bueno sacar al artista de su lugar y llevarlo a un contexto hostil que no conoce. Si yo tengo que ir a Buenos Aires me vuelvo loco porque soy un pueblerino”. El año que viene Raíces cumplirá 40 años de existencia y habrá tres generaciones involucradas: su madre, él y su hija Paloma. “Lo importante es transmitir la pasión por el teatro”, afirma entusiasta. Con respecto al desafío de ser creador en Monte Caseros y su mirada sobre la escena correntina, dice: “Esta es una ciudad muy pequeña pero con una gran historia de teatro. Pienso que no hay que mirar tanto hacia los grandes centros de producción como Buenos Aires, Córdoba o Rosario. Nos tenemos que mirar más a nosotros mismos, cómo son nuestros cuerpos, nuestros decires, la música que tenemos al hablar, nuestra palabra. Cada territorio tiene su cuerpo, su lengua y su música”.
Fuente: Pagina12
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